Llega el lunes por la mañana y nos levantamos para ir a trabajar. ¿Ya te preguntaste por qué te levantas y vas a trabajar en lugar de quedarte a dormir?
La respuesta es muy simple y se divide en tres partes: trabajamos para ganarnos la vida, para existir socialmente (ser conocido y reconocido) y para hacer cosas que nos interesan como enseñar, construir, organizar, crear, curar, cocinar, etcétera. Pero cada una de estas motivaciones tiene un costado negativo.
¿Ganarnos la vida? Muchos consideran que la están perdiendo a medida que trabajan. ¿Existir socialmente? Es verdad que el trabajo aporta reconocimiento y estatus y permite crear nuevos lazos sociales, pero genera también muchas frustraciones, ya que trabajar implica cooperar pero también confrontan con otros con los consiguientes conflictos, rencores y resentimientos que van surgiendo.
¿Hacer cosas que nos interesan? También es cierto que el trabajo enriquece y las actividades como enseñar, curar y cuidar son actividades loables, pero… Por una hora de gratificación, ¿cuántas horas de tareas tediosas y aburridas debemos cumplir? Muchas veces hemos escuchado decir que “el trabajo es salud” o que “el trabajo dignifica”, pero si bien en su justa medida puede ser gratificante y contribuir a nuestro bienestar, también puede enfermarnos. El exceso de carga de trabajo, un ambiente de trabajo insalubre, la falta de reconocimiento por nuestra labor, la desigualdad o una remuneración insuficiente, no ayuda a cumplir con estas premisas del trabajo saludable y del trabajo digno.
¿Por qué trabajamos tanto?
Existen numerosos factores que hacen que trabajemos más allá de lo necesario para vivir y tienen que ver con aspectos personales de cada uno. Entre esos factores podemos tomar la cuestión de la educación que hemos recibido de parte de nuestras familias. En los medios de clases obreras, es habitual criar a los niños con la idea de que la vida es dura y que hay que esforzarse por conseguir todo. Claramente hay una cuota de realidad en esta enseñanza, pero cuando el hijo de un obrero obtiene un cargo ejecutivo o alcanza a convertirse en empresario, tendrá tendencia a trabajar en exceso para poder adecuarse a ese modelo de trabajo duro y de esfuerzo que le enseñaron, aun cuando no necesite hacerlo.
De la misma manera que cuando nos convencemos de que el trabajo debe ser duro, muchos evitarán elegir un trabajo “simple”. Encontraremos algunas personas que trabajan muy duro en oficios sacrificados y en puestos agotadores, o incluso en trabajos que no son rentables, precisamente para no cuestionar esto que han aprendido en la infancia.
En este caso en particular, muchas personas no creen que puedan permitirse trabajar un poco menos o incluso descansar. Quienes han tenido como modelos padres que trabajaban los siete días de la semana, creerán que de la única forma que se dignifica el trabajo es trabajando la misma cantidad de días y la misma cantidad de horas. Estas barreras psicológicas vienen impresas en la familia. De igual manera, otras personas crian a sus hijos en la idea de que hay que esforzarse lo menos posible o hacer el esfuerzo justo y necesario. Ya vemos como ambos extremos son negativos. La sociedad también se impone. Para completar el modelo de trabajador ejemplar que hemos aprendido en casa, otros también adoptan el modelo que impone la sociedad. Está implícito en el aire, que sólo se puede alcanzar el éxito trabajando mucho.
No debemos malinterpretar esto… Está claro que hay que trabajar, pero muchas veces no es necesario hacerlo en exceso ni en detrimento de nuestra salud, ni del tiempo que les brindamos a nuestras familias. Por otra parte, trabajar en exceso no siempre es sinónimo de alcanzar el éxito. No es poco frecuente ver a empresarios que lograron el éxito haciendo cosas simples y dedicándole las horas justas a su labor. Al final, el exceso de trabajo puede ocasionarnos muchos problemas a nivel social o de salud, y no siempre es garantía de alcanzar el éxito. Enfrascarnos de manera denodada en nuestro trabajo, puede hacer que nos volvamos menos eficaces o que incluso perdamos una oportunidad importante que no alcanzamos a ver por estar encerrados en nuestro trabajo. Además, debemos dedicarle un espacio especial a las consecuencias que tiene sobre la salud, trabajar de manera excesiva. Investigadores canadienses realizaron un estudio sobre 3500 mujeres durante un período de 12 años. Al analizar las cifras los científicos descubrieron que las mujeres que trabajaban más de 45 horas presentaban un riesgo mayor en un 51% de desarrollar diabetes, en comparación con las que trabajaban entre 35 y 40 horas semanales. Pero en cuanto se ajustaban los datos y se tenían en cuenta los malos hábitos como el tabaco, el sedentarismo o el consumo de alcohol, así como la masa corporal, los investigadores notaron que este número trepaba rápidamente al 63%. Somos conscientes de que en ocasiones la necesidad nos lleva a tener que trabajar mucho y muy duro. Todos podemos entender eso; pero también debemos tener presente que trabajar en demasía nos resta tiempo para nosotros, para las cosas que nos gustan, para las que no gratifican de verdad, para nuestras parejas, nuestros hijos… Quienes trabajan en exceso suelen ser personas responsables, cumplidoras y con un compromiso muy fuerte con su trabajo que por insistir en hacer lo mejor que pueden, minimizan los síntomas y los indicios que presenta el cuerpo, cuando considera que ya le estamos exigiendo demasiado. ¿Sentiste alguna vez que estabas trabajando por demás?