
Lo que prometía ser una noche épica de fiesta para Mariana (nombre ficticio... por razones obvias) terminó convirtiéndose en el tipo de historia que tus amigos te recuerdan por el resto de tu vida... y no precisamente por los buenos pasos de baile.
Todo comenzó como cualquier salida de viernes: amigas, risas, shots y promesas de “solo una copa más”. Spoiler: nunca es solo una. Con el espíritu festivo a tope y el equilibrio completamente perdido, Mariana decidió que era hora de volver a casa. Aquí es donde entra el verdadero protagonista de la historia: el Uber.
Apenas cerró la puerta del coche, Mariana sintió que la pista de baile aún giraba dentro de su cabeza. Unos minutos después, sin previo aviso, el pobre chofer escuchó el sonido que ningún conductor quiere oír: el inconfundible “bleeerggh”. Sí, Mariana vació su estómago en el asiento trasero, con precisión quirúrgica... y cero vergüenza.
Pero la historia no termina ahí. Entre disculpas medio balbuceadas y promesas de “voy a pagar la limpieza, lo juro”, el cuerpo de Mariana decidió que no había terminado su obra maestra. En el clímax de la humillación, su estómago no fue el único traidor: la gravedad hizo lo suyo y, sin previo aviso, Mariana también dejó un “regalito” extra en el asiento.
El conductor, claramente superando su límite de tolerancia humana, detuvo el auto, abrió la puerta y, con la paciencia de un santo (o tal vez con miedo de empeorar la escena), pidió a Mariana que saliera.
Al día siguiente, con la cabeza retumbando y la notificación de “Cargo adicional por limpieza extrema” en la app, Mariana despertó para descubrir que su noche "inolvidable" había costado más que la cuenta del bar.
Moraleja: amigos no dejan que amigos pidan Uber después de la quinta copa... o al menos, que lo hagan con pañales.