En la semana que terminó quedó claro que en EE. UU. hay dos realidades paralelas cuya distancia es cada vez más grande.
En la primera, habitan los científicos y los expertos en salud pública. Según estos, el coronavirus está lejos de ser derrotado y podría antes “revivir” si el país se lanza hacia una reapertura económica sin haber alcanzado las condiciones mínimas que se requieren para hacerlo con algún grado de seguridad.
En la segunda, viven el presidente Donald Trump y las voces más conservadoras del país. Para ellos, el problema estaría bajo control y por eso se debe regresar cuanto antes a la normalidad si se quiere evitar un descalabro económico mayor.
Esa fractura quedó en evidencia el martes pasado durante el testimonio que dio al Congreso Anthony Fauci, director del Instituto Nacional para las Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE. UU. y que hace parte del equipo que nombró Trump para liderar la respuesta del Gobierno frente al covid-19.
Para el doctor, que lleva más de 30 años en su cargo y ha trabajado con seis presidentes de EE. UU., una reapertura apresurada podría ocasionar un elevado grado de sufrimiento y mortandad evitable, y frenar la recuperación económica que todo el mundo desea.
Sus palabras causaron controversia, pues la mayoría de los estados del país ya comenzaron a relajar las medidas de distanciamiento social y un proceso de reapertura gradual, pese a que ninguno cumple con los estándares que desarrolló la misma Casa Blanca, que contemplan una reducción consecutiva de contagios por al menos 14 días y el desarrollo de una sistema robusto de testeo que pueda detectar con rapidez nuevos brotes de la enfermedad.
A Fauci se le unió Rick Bright, exdirector de una agencia del Gobierno que se encargaba del desarrollo y la producción de vacunas para el covid-19, que dijo el jueves que fue despedido por contradecir al presidente cuando este recomendó el uso de una droga contra la malaria que terminó siendo descartada por las autoridades por peligrosa e ineficaz.
En su testimonio ante la Cámara de Representantes, Bright puso en duda que EE. UU. pueda producir una vacuna en 12 a 18 meses.
Los comentarios de ambos, que son respaldados por el grueso de la comunidad científica, le cayeron muy mal a Trump y a sus aliados en el Partido Republicano.
Tanto que el presidente catalogó las palabras de Fauci como “inaceptables” –sobre todo cuando el doctor dijo que universidades y colegios no deberían volver a clases en septiembre pues, para la fecha, es improbable que exista una vacuna o tratamiento– y volvió a circular la noticia de que piensa marginarlo de su equipo.
Lo cierto es que Fauci y otros en esta comunidad se han vuelto una piedra en el zapato para Trump y sus metas a mediano y largo plazo.
l comienzo de la pandemia, el presidente le apostó a una repuesta cuyo objetivo era mitigar el avance del virus a través de cuarentenas y que estuvo guiada por los expertos. Pero en las últimas dos semanas comenzó a tomar distancia de esta aproximación y le ha dado prioridad a la recuperación económica, pese a que las condiciones que él mismo fijó no se han materializado.
De hecho, lo dejó más que claro hace pocos días cuando aplaudió a la Corte Suprema de Wisconsin por oponerse una extensión de las medidas de confinamiento decretadas por el gobernador.
La preocupación de Trump es entendible. En dos meses se han esfumado más de 30 millones de empleos y las perspectivas son nefastas si no se da un giro de 180 grados. Su “reenfoque” hacia la economía se ha facilitado, además, por una serie de factores. Entre ellos, las marchas en varios estados reclamando la reactivación, y el descenso de la cifra de contagios y muertes, que ha caído en más de un 30 por ciento en los últimos siete días.
Con información de "El Tiempo"