Aquiles Castañeda Böhmer
La noche del sábado, se retransmitió en TV Azteca, una de las peleas que se convirtieron en un recuerdo que me va a acompañar hasta el último de mis días. Márquez vs. Pacquiao IV. Esa noche estaba dentro de un camión de producción de televisión, en el estacionamiento del MGM Grand Garden, en Las Vegas, Nevada generando la señal de ese combate para México, éramos el único medio donde el evento pudo verse y también fuimos parte de la trilogía anterior, vivimos esa rivalidad fuera del ring y dentro de ella, pero antes de la tercer pelea entre Juan Manuel y Pacquiao, los acompañamos en una gran gira que comenzó en Filipinas y que concluyó en Nueva York, esos días pudimos ver lo mejor de dos figuras, que debajo del ring convivían de manera cordial, “el boxeo es un negocio”, una frase que explica los límites de una querella deportiva.
Después de aquel tercer combate, regresamos a México con la sensación de que a Márquez le habían robado, ese sentimiento colectivo creció como bola de nieve hasta la noche en que Pacquiao caía de bruces, inconsciente, en el sexto round de la cuarta vez que estos dos titanes se enfrentaban. Recuerdo que al final del quinto episodio, conversaba por teléfono con uno de mis compañeros en México, “se acabó”, le dije; Márquez lucía mal, me daba la impresión de que la campana lo salvó de terminar trágicamente ese combate; por eso el golpe de derecha sobre la barbilla de Pacquiao y la espectacularidad del nocaut generó un gran sobresalto “¡No mames! ¡No mames! ¡No mames!”, gritaba dentro de aquel camión mientras mis colegas en la producción generaban las repeticiones instantáneas de ese momento. Nadie lo podía creer, Márquez lograba lo inimaginable, derrotar a uno de los más grandes de todos los tiempos, un boxeador que además sigue siendo un personaje al que admiro, de esos hay muy pocos.
¿Qué sentía? Una gran alegría por Juan Manuel Márquez, un amigo y un atleta inigualable, pero también una profunda tristeza por ver a Manny Pacquiao derrotado de esa forma. De cara a la lona, el referee Kenny Bayless contaba los diez segundos a un cuerpo sin conciencia, porque seguramente Pacquiao no escuchó ni “el uno”.
Varias semanas después platicábamos con Juan Manuel Márquez, era la posada de la promotora ZANFER, en Tijuana, Baja California: - ¿Qué sentiste Juan Manuel? – Pregunté
- Sentí que le pegué seco, sabía que lo noquearía y cuando lo vi en el suelo y a Kenny Bayless contándole, pensé, aunque le cuentes hasta cien ¡ese cabrón no se va a levantar! –
Hace una semana, escuché que Juan Manuel rechazó 150 millones de dólares por un quinto enfrentamiento contra Pacquiao, una noticia que a pocos seres humanos nos hace sentido; en el caso de Juan Manuel, es tal vez una de las cosas que lo hace ser un fuera de serie, pues lo tiene todo, lo logró todo y sobre todas las cosas, sabe valorarlo por lo que significa y hay cosas que definitivamente no se pagan con todo el dinero del mundo.
Con motivo de la retransmisión de esa pelea, renació muy brevemente una vieja y ociosa polémica, la del golpe de suerte y un pisotón del pie izquierdo de Márquez sobre el pie de Pacquiao, imagina que estás peleando contra uno de los mejores del mundo, que estuviste a punto de caer en el round anterior y que tu mejor apuesta, sea dar un pisotón para “inmovilizar” a Manny Pacquiao, la polémica es ociosa por absurda ¿Golpe de suerte? Nada, fue un golpe muy ensayado con el que Márquez hacía estallar las peras de tablero y con el que noqueó a varios de sus rivales. Aquella noche se enfrentaron los dos mejores del mundo y ganó el mejor, para nuestra fortuna era mexicano.